Mi mesilla de noche es un auténtico rascacielos en permanente peligro de derrumbe hecho a base de libros que apilo y entresaco a la hora de dormir, o cuando abro los ojos, con sumo cuidado para evitar el más que posible colapso. Y es que soy de las maneja dos o tres lecturas a la vez. A veces apuro a cuatro.
Lo único que no mezclo son novelas. Es decir, siempre hay una novela y luego un par de libros de ensayo o de no ficción que intercalo. Ahora mismo tengo a mi izquierda a Victoria de Paloma Sánchez-Garnica como lectura para desconectar, los Diarios de escritora de Virginia Wolf como inspiración y Pausa, no eres una lista de tareas, para hacerme pensar y aprender.
De Pausa no llevo ni la mitad y de verdad tengo ya que recomendarlo.
Muy probablemente, si comprobaras cómo lo tengo de subrayado, pensarías que desde luego me perdí la clase de técnicas de estudio porque todo me parece susceptible de ser recordado, comentado y resaltado, pero es que hay auténticas frases-joya del tipo:
“Estar siempre disponible se convierte en algo de lo que alardear”
“El estar ocupado está muy bien visto”.
Y es que estamos aún inmersos en una cultura laboral en la que se supone que todo vale, y aunque parece que las nuevas generaciones, afortunadamente, no están tan dispuestas a inmolarse por un sueldo, sí que sigue habiendo un inmenso grupo de personas que ante sus jefes siempre están disponibles, da igual la hora o el día, ya sea por ganar puntos o por miedo a perderlos. El caso es que llegan los primeros, se marchan los últimos o atienden el teléfono o responden un mail 24/7 anteponiendo esa disponibilidad al resto de cosas, sobre todo al descanso y a la desconexión. A la pausa.
Y ni qué decir del alardeo que hacen algunas personas de tener una agenda imposible, imagino que con el fin de que se las vincule con el éxito y la responsabilidad. Cuando, en mi humilde opinión, el verdadero éxito es tener tiempo para ti. Y si no, que le pregunten qué es lo que más valoran las personas más ricas del planeta. Te aseguro la respuesta mayoritaria (porque siempre hay algún raro que confirma la regla) y es, tener tiempo para hacer lo que realmente les apetece, cuando les apetece.
Hubo una newsletter en la que ya hablé de la importancia de ser dueño de tu tiempo. En esta quiero reivindicar el tiempo de la pausa, incluso en los peores momentos.
¿Porque quién no ha tendido a sacrificar una pausa, horas de sueño o una comida en condiciones, con el fin de sacar algo adelante? Parece como si pausa, descanso, ocio, se vinculara a eres un vago redomado, un escaqueador de manual y no a que eres un crac de la gestión del tiempo.
Porque esa es otra, nos hemos mal acostumbrado a que productividad sea sinónimo de hacer mucho más en el mismo tiempo que todos tenemos. Yo hace tiempo que defiendo que la clave está en aprender a organizarse, con el fin de que hagas bien las cosas que tienes que hacer en el menor tiempo posible, o al menos sin tener que sacrificar tu tiempo libre, y sobre todo, tu salud. Por eso me gusta llamarlo productividad saludable.
Otra cosa que me encanta de Pausa, es que el autor reivindica que
“En la vida, como en el arte, hay que dar un paso atrás para verla”
Y no me puede parecer una frase más acertada.
Ante un problema que no conseguimos resolver, una situación que nos desvela, un pensamiento recurrente, dar un paso atrás, pararnos a observar, como si de un cuadro se tratara, nos otorga la posibilidad de ver las cosas desde una nueva perspectiva, que muy probablemente nos permita llegar a la solución, a la respuesta.
Como cuando observas un cuadro impresionista. Si te acercas al lienzo te costará ver poco más que un millón de pinceladas rápidas, iguales, más o menos cargadas de pintura. Sin embargo, da un par de pasos atrás, y descubrirás un maravilloso jardín lleno de mil flores bañadas por la luz del atardecer que te dejará extasiado. Tan solo con ese pequeño gesto que tantas veces se nos olvida.
Reivindiquemos la pausa, la buena gestión del tiempo, la búsqueda de equilibrio en nuestro día a día.
Pausa, no eres una lista de tareas, está escrito por Robert Poynton y publicado en español por Köan.
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